jueves, 11 de diciembre de 2014

Mario Pera: Poesía peruana reciente, Mario Morquencho León




Mario Morquencho León





















Cine

Es como cuando una película acaba,
los nombres pasan desapercibidos,
la música de cierre termina extraviándose
en el sonido de los asientos
que se tornan vacíos,
y el oscuro de la pantalla
desdeñándose tanto,
despintándose por las luces que vuelven a encenderse:
como la vida que despierta
y la otra vida que se duerme
junto a la ventana  cerrada
a la fantasía efímera y soñadora,
en un largometraje enfrascada


Asesinato en la calle Omicrón

Lo he matado. Me he vengado de los meses de invisibilidad. De ser como cualquiera. De ir a trabajar un día como hoy, de estar afeitado y tener el cabello recortado, con el rostro impecable, el piqué y el pantalón de color azul pulcros y planchados, los zapatos negros brillantes como un charco que la lluvia ha creado… y nunca olvidarme del fotocheck con mis 26 años encima y la cara de loco olvidado en la maquinaria cotidiana de las horas de ser un empleado con el sueldo mínimo.

Me he vengado de abrir la puerta y bajar las escaleras a las 7 y 30 de la mañana, de lunes a viernes, bajar las escaleras de fierro y en espiral todos los días. Me he vengado de subir al bus de la rutina, del diario matutino, del noticiero de las 6 de la mañana, del gallo que sobrevive como un reloj en la azotea, del café con leche y la carretilla de la esquina.

Lo he matado con el cuchillo con que corto el pan y lo unto con mantequilla.
¡En mis manos sangra cotidiano!
La epilepsia, la agonía, la sangre por la boca, los ojos que se alejan de ser ojos, el rostro que se aleja de ser rostro.
¡Lo he matado, estoy seguro!

Me he cansado de ver su rostro, de ver los restos inmóviles, la incertidumbre de la muerte y el crimen. He optado por envolverlo con los periódicos pasados, envolver los restos, al cadáver cotidiano envolverlo con las noticias de la semana pasada, con el suicidio de ayer en un hostal perdido en la bruma de la madrugada en Lima, envolver sus extremidades con el abuso policial y la corrupción de los ministerios y el puto sistema capitalista, envolver su dorso con las estadísticas económicas y las encuestas políticas, volverlo a envolver con la injusticia social, con los jubilados que mueren haciendo cola, con los enfermos y los niños que lo único que tienen en la vida es una enfermedad extraña que se llama olvido, con los jueces que se hacen ricos  y los clérigos prostituyendo el paraíso. Los buenos son pocos y contaditos.

Después de envolver al cuerpo como una estatua de papel periódico, como una obra de arte de lo que lees antes de ir al trabajo o lo que ves en las noches antes de dormir, bien envuelto todo, cada uno de los cabellos, las uñas, los bellos sombríos, envuelto el reloj y la alarma, el tatuaje en el hombro, la cicatriz de la rodilla, los pies, los caminos, la lagartija que le sale del sueño. Y todo desaparecerlo dentro de una gran bolsa de plástico negra, canjearlo por una nube, por un día sólo conmigo mismo…
Lo he matado, sí
¡Lo he matado!
¡Lo he matado!

El cuchillo en la mesa viste bermejo
y baila tango,
baila tango el muy pendejo.

Laberinto

Tengo un saco prestado, uno nada más, que no hay cuando lo devuelva. Una corbata escondida en el bolsillo de algún pantalón que difícilmente uso. Un par de zapatos viejos con tantas cicatrices, tantos órganos extirpados y litros de sangre en el camino.
No tengo sombrilla ni paraguas, porque no tengo nada en contra del sol o de la lluvia. Tengo un roperito que tose cuando abro uno de los seis cajones que tiene. Una TV que se enciende cuando sueño, una TV que quiso ser máquina de escribir y no pudo, porque el mundo no va hacia atrás como un cangrejo.

Tengo una agenda que mi padre me regalo hace poco, precisamente no la utilizo como tal, violo su naturaleza, su razón de existencia, esta debe soportar la punta de los distintos lápices y lapiceros señalándola, estados de ánimo encima de cenizas rebeldes, pedazos de galleta mal comida, nubes, aves y etcéteras azules o grises por doquier.

También tengo una cama con un abismo, una gotera incierta, una puerta secreta, un espiral, un sub-mundo, una alternativa insólita, una opción que los demás no tienen, algo que elijo porque no tengo de otra, porque vivo en Lima y mi familia está lejos, porque alquilo una habitación con una sola ventana y una sola puerta, porque más allá de la ventana y de la puerta hay más ventanas y más puertas, más allá: hay millones de sombras y espejos de otras ventanas, de otras puertas que esperan: Sentadas las ventanas, de pie las puertas… y tendré que ir: abrir y cerrar, cerrar y abrir, otra vez: abrir, cerrar, cerrar, abrir, cerrar y abrir, abrir y cerrar; hasta que me quiten el saco prestado o decida, de una vez por todas, devolverlo.


(De Ciudadelirio)


2

Ve... pobre muchacho         carajo
después de ganar bien en esa petrolera
ahora anda así
fregao
después de andar bien vestido
acompañado de alguna muchacha bonita
ahora ve cómo anda
sin zapatos
todo sucio y flacuchento como perro zarrapastroso
atormentado de hecatombes y delirios
como la braveza del mar anda de aquí p’allá
pidiendo monedas o robando en las esquinas
anda con las rodillas el pobre muchacho
y no le queda otra que refregar
su desgastado pecho por las calles del pueblo
dejando     s a r n a     s a n g r e     p u l g a s
perdiéndose en un charco de toxinas
y ladridos que le tuercen los nervios
pobre muchacho     el humo lo tiene así
ya ves     hijo mío     la poesía es una maldita droga
es la fulana que se te pega como garrapata al cuerpo
te chupa la verga     la billetera     luego el alma
pero tú quieres andar
en tu propia porción de libertad amurallada
taciturno como una palmera jorobada
que mira el suelo y se pierde en la sombra
hijo... ten cuidado de no torcerte mucho y caer
 ay muchacho
pobre muchacho carajo


10

¡No es posible que me haya quedado sin ellas!
si andan como el aire
en todas partes

¡Es imposible que no diga nada!
si mi boca comulga con ellas a cada instante

es una bajeza ir por el mundo
teniendo nudos en la garganta
tragando caos tras caos
dejando a la belleza vestida de esqueleto
bajo el enorme monolito de silencio
junto a los gusanos que un día hemos de montar
con toda el ansia de vivir y estar muertos

es imposible dejar amarrada nuestra lengua
a un palote de muelle
flotando en un inmenso mar de contradicciones
es imposible no navegar no naufragar
ahogarse es posible
ahogarse y dejar de ser anfibio
treparse de la orilla
de alguna orilla erguirse
y caminar y caminar hasta encorvarse
porque es imposible impedir ser un cadáver
es más posible que florezca de aquello
un inmenso jardín de arte

¡Es imposible haberme quedado sin ellas!
y si un día me cortan la lengua
me resta el seso
mi mano lapicero
mi mano lápiz
mi dedo pluma
mi dedo carbón
mi dedo humano
mi dedo hueso
mi dedo nube


(De Un Mar Alcoholizado)

Mario Morquencho León (Piura, 1982) Vivió toda su niñez y adolescencia cerca al mar, en su distrito natal. Al terminar la educación secundaria, se trasladó a la ciudad de Trujillo donde estudió la carrera técnica de Contabilidad. Empezó a escribir y publicar poemas en distintas webs de poesía. Radica en Lima desde el 2006. Formó parte del colectivo Heridita (Lima) y participó en el Grupo Literario Signos (Lambayeque). Ha participado en distintas ferias y recitales de poesía. Poemas suyos figuran en Me Usa. Brevísima Antología Arbitraria Perú-Uruguay (2012) y en Poesía Que Gira (2014). Tiene publicados los poemarios Ciudadelirio (2010) y Un Mar Alcoholizado (2013).

Sobre la poesía de Mario Morquencho León:

En su poesía confluye una multiplicidad de temas que, por lo general, se enmarcan en un escenario citadino, a veces marginal. En no pocas composiciones Morquencho plantea un confesionalismo duro y revelador, una reflexión en torno a la existencia diaria con lo bueno y malo que esta conlleva, elaborando poemas que por momentos adquieren un talante casi de escena cinematográfica. El coloquialismo y la narración son recursos frecuentes en su poesía; soliendo apostar, a menudo, por la libertad que le ofrece el hacer uso de un lenguaje popular, el que le permite una mayor cercanía y sintonía con el lector.


Mario Pera: Mirando sobre el heno. Muestra de poesía peruana reciente

Pesa. Pesa bastante y suele abrumar a no pocos el saber que, de algún modo, eres heredero de las palabras de algunas de las más grandes figuras de la poesía en lengua hispana. Tener entre esos “ascendientes poéticos” a escritores de la talla de Eguren, Westphalen, Adán, Moro, Churata, Eielson, Varela, Hinostroza, Cisneros o Watanabe, quienes conforman un concierto bien afinado de voces, es una piedra muy pesada en el bagaje de cualquier poeta. Y no hablo aquí de Vallejo por un olvido involuntario, sino porque, por el altísimo nivel de su poesía, considero que este ha pasado a formar parte de la tradición poética mundial, y no sólo de la peruana. Todos estos poetas mencionados, y varios más, han elevado una valla tan inexpugnable como espléndida para quienes apuestan en estos días por escribir poesía en el Perú y publicarla. Siempre con la intención de estar a la altura de una de las tradiciones líricas más sólidas e importantes en el siglo XX, como lo es la peruana.
Sin embargo, llegados al nuevo siglo y luego de un par de décadas en las que hubo un ensimismamiento de la poesía peruana contemporánea (creo producto del conflicto social interno y de la política represiva que gobernó el país en esos años), han saltado a la arena nuevos autores quienes se encuentran en la ardua tarea de redefinir y configurar un norte para la poesía escrita en un país que, valgan verdades, poco o nada valora y aprecia la trascendental función que para su cultura, identidad y desarrollo ostenta la poesía. Estos noveles poetas, quienes iniciaron su obra en los primeros años de la década del 2000, y otros a partir de la década del 2010, continúan en un caso condensando su propuesta y, en otro, en plena indagación y estructuración de un proyecto poético personal.
Es en este panorama, quizá no tan alentador, que han surgido las voces de poetas los que no tienen nada en común pero que, de tenerlo, ese único punto es, a mi juicio, la responsabilidad y voluntad férrea con la que abordan su labor creativa para acercarse (o alejarse) del hecho poético y transitar por el centro y los límites, nunca bien definidos, de la poesía.
En Mirando sobre el heno. Muestra de poesía peruana reciente, mi intención es el ofrecer una mirada a la poesía de autores peruanos nuevos, cuyo trabajo me parece atendible y serio. Poetas a los que de manera arbitraria califico como “jóvenes”, pese a que para muchos, sea por edad o por los méritos logrados por su obra, ya no lo son. Como bien sabemos el criterio de juventud siempre tendrá sus reparos, más aún en la poesía que es un terreno en el que aquel es un concepto aleatorio, siendo que esta vez me decidí por fijar el límite de selección para poetas que a la fecha (diciembre de 2014) han cumplido, máximo, los 35 años de edad.
Se trata de poetas que han iniciado su camino con la venida del nuevo siglo y quienes han nacido en distintas zonas geográficas del país, por lo que proceden de entornos sociales y culturales disímiles entre sí. Doce poetas peruanos, ocho de la capital y cuatro de provincia, repitiendo estos mismos números en cuanto a género. Lo que espero proporcione una visión general, jamás total, de lo que los poetas recientes vienen creando por este lado del mundo.
Por supuesto, la presente muestra en ningún momento pretende ser restrictiva o excluyente, y menos aún del tipo canónico, pues ello sería un completo absurdo y, más, una necedad. Mi propósito se centra aquí en dar a conocer parte de la obra lírica de jóvenes poetas nacidos en Perú que, en mi criterio, merecen ser leídos con atención.